Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100158
Legislatura: 1887-1888
Sesión: 12 de marzo de 1888
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Botella.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 68, 1499-1502.
Tema: Crisis política.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): El Sr. Botella me ha de dispensar si a la interpelación que acaba de explanar, con el gracejo que le es característico, ante el Senado, no le doy más importancia que la que le prestan su persona y su talento, ni una respuesta más extensa que la que exige el cumplimiento de los deberes que impone la cortesía parlamentaria, que yo quiero tener siempre con todos los Sres. Senadores; porque, francamente, señores Senadores, cuando apenas ha terminado la discusión del mensaje de la Corona, en la cual se ha debatido y juzgado la conducta de todos y cada uno de los Ministros; cuando esta discusión, en una y otra Cámara ha sido tan extensa, que ha durado cerca de dos meses y medio próximamente, el tiempo que llevan abiertas las Cortes, venir ahora con una interpelación política a juzgar otra vez los actos del Gobierno y a pasar revista a los Sres. Ministros, me parece, dicho sea sin ofensa del Sr. Botella, un exceso de iniciativa parlamentaria y un verdadero abuso del derecho del Senador. Después de todo, cuanto ha dicho S.S. de todos y cada uno de los Ministros, se dijo en las discusiones del mensaje a que me he referido, y no solo se dijo, sino que fue contestado hasta la saciedad. ¿Qué quiere S.S. que yo haga ahora? ¿Que repita todo lo que los Ministros dijeron en contestación a cuanto afirmaron los Sres. Senadores y Diputados que tuvieron por conveniente examinar y juzgar sus actos? Pues no me parece conveniente, y además sería molesto, cansado y fatigoso para los Sres. Senadores, y no estoy en el caso de fatigar inútilmente atención para mí tan respetable.

Pero, después de todo, el Sr. Botella ha hecho, más que un discurso parlamentario, un artículo humorístico de periódico, con el gracejo, habilidad y talento que todo el mundo le reconoce, sin que S.S. necesitase ponernos de manifiesto esta nueva prueba para que todos reconozcamos el mérito especial que tiene en esta clase de trabajos. [1499].

Ahora bien; si S.S. merece felicitación por el arte y el gracejo con que lo ha realizado, digno es, sin embargo, de censura por la exageración e inexactitudes en que lo ha fundado.

El Sr. Botella ha pasado revista a todos los Ministros, y como es de rigor, todos le parecen mal; los unos por una causa, los otros por otra; éstos por exceso de iniciativa, aquéllos por poca; éste porque ha presentado muchas reformas, el otro porque ha ofrecido pocas, y todos, en fin, le parecen malos, y, en opinión de S.S., todos deben abandonar el Ministerio sin otras causas que las indicadas; y digo todos, porque, aunque hace una excepción a favor de dos Ministros, S.S., al fin y al cabo, vino a comprenderlos en el anatema general, dejándome solo y en tal estado, que, claro está, con razón pudo decir: ?salen todos los Ministros, luego debe salir el Presidente?; porque me colocaba en la situación de aquel prior de un convento que, reprendiendo con mucha acritud al lego, único fraile que quedaba, le contestó éste: ?padre prior, ande con cuidado y tenga su merced consideración, porque, de lo contrario, si yo me marcho, se acabó el priorato?. (Risas).

Con estas y las otras razones, S.S. ha venido realmente a descubrir el verdadero objeto de su interpelación, que es la crisis; crisis que S.S. necesita a todo trance y que pide con mucha necesidad, crisis que supone S.S. que está en la opinión pública, y en eso la opinión pública no se puede confundir, así como se ha confundido en otras cosas, según la opinión del Sr. Botella. Pues yo digo a S.S. que la crisis no está en la opinión pública, porque las crisis están en la opinión pública cuando se imponen, y ahora no hay motivo ninguno que la imponga.

Lo que hay, Sr. Botella, es que S.S. ha confundido dos cosas; la opinión pública con la impresionabilidad que tenemos todos los españoles; impresionabilidad de que no está libre S.S., y mucho menos están libres los que dirigen la prensa, porque al fin y al cabo, cuando no hay noticias de sensación, la prensa necesita hacer algo para satisfacer la impresionabilidad de sus lectores, y cuando le falta ese algo con que satisfacer esa necesidad, apela al recurso supremo, que es la crisis, a las crisis ministeriales. Porque hay que advertir, y lo sabe S.S. muy bien, puesto que ha sido periodista y aún lo es, porque sin escribir, hace S.S. lo que puede hacer un periodista, que es artículos humorísticos de primer orden, como el que nos ha hecho esta tarde; hay que advertir, repito, que los periodistas saben que para ellos las crisis ministeriales son un plato sabroso. ¡Ahí es nada, quince días de remover, de manejar nombres, de hacer combinaciones, de escribir historias, de hablar, discutir, defender y desaprobar proyectos de los nuevos Ministros antes de conocerlos! Eso es una verdadera delicia, y la prensa necesita, siempre que no tiene otros asuntos de que tratar, cuando menos, una crisis ministerial, y por esto, si no hay verdaderas crisis y no tienen a mano otra cosa para satisfacer la impresionabilidad de sus lectores, los periodistas las inventan.

Con razón, pues, debo decir que S.S. realmente ha hecho algo de esto en el discurso de hoy, que pudiéramos titular, aparte del carácter humorístico que tiene, El discurso de la crisis, el cual guarda por su hábil forma, bastante semejanza con un aria célebre de El barbero de Sevilla, y con el antiguo adagio de ?calumnia, calumnia, que algo queda?. Hablemos mucho de crisis, que algo queda. Pero ¿qué motivos hay de crisis, pregunto yo? Su señoría cree que los Ministros no pueden dar un paso sin encontrar infinidad de dificultades, ¿no es eso? Pues el Sr. Botella está completamente equivocado. El Ministerio está completamente unido en un solo pensamiento, y más unido que nunca.

Por otra parte, hasta ahora el Ministerio no tiene motivo para dudar de la confianza de S. M. la Reina; ni por un solo momento le ha faltado la confianza de las Cortes. ¿Qué motivo hay, pues, de crisis, vuelvo a preguntar? Es más, si lo hubiera, que no lo hay en este momento y a estas alturas, yo haría todo lo que pudiera para conjurarlo, a fin de evitar la crisis. ¿Y sabe S.S. por qué? Pues se lo voy a decir con toda la claridad que a mí me gusta emplear siempre: porque en estos momentos la crisis sería inoportuna y perjudicial; significaría un aplazamiento de la labor parlamentaria que estamos interesados en llevar adelante, ya que no fuera la completa esterilidad parlamentaria.

Por de pronto, suspensión de las sesiones mientras se resolvería la crisis y se constituía el nuevo Ministerio; después, examen por parte de los Ministros nuevos de todos los proyectos presentados por sus antecesores. Y como es natural, que aun dentro del mismo partido no estén todos los hombres conformes, así en la esencia como en los detalles, en el conjunto y en los pormenores de todos los proyectos de ley, y como es legítimo que cada Ministro quiera defender sus proyectos de ley mejor que los de su antecesor, sobrevendría la retirada de los proyectos de ley que están en las Comisiones, y de todos esto resultaría el tiempo perdido por espacio de un mes o mes y medio, al cabo del cual vendría el apremio de los presupuestos y entonces acabó ya toda reforma administrativa, política, jurídica y social, y todo aquello que el Gobierno tiene interés y compromiso en realizar.

Y esto si la crisis no llegaba al Sr. Ministro de Hacienda; porque si alcanzase a él, entonces se acabó todo, reformas políticas, administrativas, jurídicas, sociales y hasta económicas. Y esto es evidente. ¿Viene un nuevo Ministro de Hacienda? Pues retira los proyectos de ley presentados; y el estudiar otros, presentarlos y formar nuevos presupuestos, cuando es sabido que no se elaboran los presupuestos ni los proyectos económicos en ocho o diez días, bastaría, señores Senadores, para que quedase esterilizada en absoluto y por completo la actual legislatura. Y esto es lo que yo no quiero, y lo que, en cuanto de mí dependa, no se realizará, salvo siempre el libérrimo ejercicio de la Regia prerrogativa, que en todo tiempo y a toda hora se ha poder ejercer con completa libertad, y salvo también la confianza que nos quiera seguir dispensando el Congreso y el Senado, sin la cual no continuaríamos ni un momento más en este sitio.

De manera que no sé lo que la opinión pública podrá decir respecto de la crisis, pero si la opinión pública dijese lo que cree S.S., yo afirmo que la opinión pública está equivocada.

Lo que nos importa es aprovechar cuanto podamos lo que resta de esta legislatura, ya que estamos en la época más a propósito para la labora parlamentaria, y ver si en ella podemos dejar aprobadas todas las reformas que tienen presentadas los actuales Ministros; y cuando hayamos conseguido esto y tengamos [1500] concluido nuestro programa, que es nuestro compromiso, entonces veremos lo que hemos de hacer, y claro está, Sr. Botella, que yo procuraré no dar gusto a su señoría. (Grandes risas).

No voy, después de lo que dejo dicho, a defender a todos mis compañeros, ni a defenderme yo de los cargos que S.S. nos ha dirigido, porque esos cargos se han hecho durante la discusión del mensaje, y entonces fueron victoriosamente contestados, y nada tendría yo que añadir ahora.

Tampoco quiero discutir la oportunidad con que S.S. ha traído a esta Cámara la cuestión del viaje de los Duques de Montpensier; sobre esto he dicho todo lo que tenía que decir, y no añadiré ni una sola palabra. He estado en mi derecho haciendo lo que S.S. critica sin razón; y acerca de este punto, ya que S.S. se ha fijado en la cuestión de los viajes y recepciones, debo decir al Sr. Botella, que en esto de recibir a los parientes de S. M. el Rey o a los individuos de la Familia Real, quisiera, en verdad, que el Gobierno interviniese lo menos posible; son cuestiones de familia en las cuales cuanto menos intervenga el Gobierno mejor.

A mí no me parece bien que los Gobiernos tomen mucha parte en las cuestiones palatinas, pero yo me encontré establecida una costumbre, y esa costumbre ha de tener sus límites. Porque los parientes del Rey son tantos y tan numerosos y hacen tantos viajes, que si no pusiéramos un límite, el Gobierno no podría hacer otra cosa que ir a recibir o despedir a los parientes del Rey.

Yo he dicho con nombre franqueza cuál es el límite que he puesto, que es cumplir con ese deber de cortesía respecto a los parientes más próximos, como son: S. M. la Reina Doña Isabel, primero por haber sido Reina, después porque es abuela del Rey; S. A. la Archiduquesa Isabel, porque es madre de la Reina y es también abuela del Rey, y además, princesa extranjera, y S. A. la Infanta Doña Isabel, no por lo que S.S. ha dicho, sino por la posición que se le ha dado y le dan nuestras leyes, y que no puedo menos de respetar; por las posiciones que ha tenido, por las que tiene hoy, y además, hasta por la consideración de que, de todas las hermanas del Rey Don Alfonso, es la mayor, porque ha sido Princesa de Asturias y por otra porción de consideraciones que no son de este sitio. Pero todos los demás, ya sean tíos carnales o tíos segundos, primos hermanos o primos segundos y hasta primos terceros, ¡dónde vamos a poner el límite! No hay necesidad de que el Gobierno se ocupe en esos quehaceres, cuando tanto tiene en que ocuparse; y basta sólo, para cumplir con la cortesía que se debe a la Familia Real, con hacerlo con aquellos parientes más próximos; ni más, ni menos.

Y ahora le diré al Sr. Botella, que no creo acertado traer estos debates al Senado, como tampoco que se lleven al otro Cuerpo Colegislador.

Su señoría está equivocado respecto al sistema que me atribuye con los disidentes, o mejor dicho, con los que S.S. considera disidentes. Yo no sigo esa costumbre ni ese sistema que S.S. me ha atribuido con los amigos que estando a mi lado, por cualquier causa, naturalmente por razones de convicción, se separan de mí; al contrario, cuando por esas elevadas razones o por otra causa, o de cualquier modo que sea, se alejan de mí, yo lo siento y lo lamento, pero para atraerlos, no hago nada en el sentido que S.S. ha indicado. ¿Se van? pues, al contrario, si estuviera en mi ánimo ofrecerles alguna posición, porque así conviniera a los intereses del Estado, desde el momento en que yo viera que disentían de mí en lo más pequeño, desde aquel instante no me acordaría más de ellos para ofrecerles tal posición; primero, porque creo que esto es digno de mí y de la persona que de mí disiente; segundo, porque me parecería un mal sistema el de recompensar y premiar las disidencias. De manera que jamás he empleado yo ese sistema que me ha atribuido el Sr. Botella.

Cita S.S. lo que ha pasado con los Sres. Camacho y Ruiz Gómez. Mas ¿qué tengo yo que ver con esto? Una empresa particular, que es hoy la encargada de un servicio, los llamó y yo por nada tengo que mezclarme en ello.

Respecto al general Beránger, S.S. le ha hecho una ofensa, porque el Sr. Berenguer no ha disentido jamás de mí, y además, el puesto que tan merecidamente desempeña y que últimamente se le dio, se le había ofrecido hace muchísimo tiempo; de modo que lo que se ha hecho es realizar un pensamiento que hace tiempo existía relativamente al señor general Beránger, además de que, aparte de la amistad y del cariño que yo le profeso, esa misma conducta la sigue este Gobierno con todos los militares y generales.

Y no quiero hablar del general Martínez Campos. Porque ¿qué favor le ha dispensado el Gobierno al general Martínez Campos, capitán general de los ejércitos que no tiene más que trabajos, sinsabores y responsabilidades en el cargo que tan patrióticamente ha aceptado? Pero en todo caso, ¿qué disidencia ha habido entre el señor general Martínez Campos y mi persona? Entre el general Martínez Campos y yo no hay más que mucho cariño y mucha consideración; pero aparte de todo, ¿qué favor, qué posición le ha ofrecido el Gobierno al general Martínez Campos? ¿En que va ganando el general Martínez Campos con la posición de capitán general del distrito de Madrid que tan patriótica y desinteresadamente desempeña? No; no hay semejante cosa. Y respecto a la conducta que observa el general Martínez Campos no viniendo al Senado mientras mande las armas del distrito militar de Castilla la Nueva, yo creo que hace bien y que así deberían obrar todos los demás generales que tienen el mando de armas, los cuales deben hacer lo posible por huir de toda lucha política para que aquellas armas que tienen que obedecer su voz y seguir su eco, no vean en ellos más que al general del ejército español que manda en nombre de la Reina y del Gobierno, sea éste el Gobierno que quiera y sean cuales fueren las opiniones que sustente. Yo le puedo decir a S.S. que mientras esto no pase en España, realmente el ejército español no llegará a la altura a que se encuentra en otros países más adelantados que el nuestro.

Su señoría, por último, se ha entretenido en hacer alusiones a media Cámara, y quiere que una porción de Senadores le ayuden en la tarea que se ha impuesto de dar disgustos al Gobierno, por más que yo le puedo decir a S.S. que el Gobierno no ha tenido tal disgusto al oírle; al contrario, le ha escuchado con mucho placer; con aquel placer y aquel gusto con que se lee un artículo humorístico bien hecho, como los que estoy acostumbrado a leer, y me han hecho siempre mucha gracia, aunque esos artículos [1501] humorísticos se escriban a costa de mi conducta y de mi persona.

Su señoría ha tomado ya la costumbre de querer manejar aquí a ciertos Senadores a su antojo, como si estos señores tuvieran que moverse a la virtud de un manubrio que S.S. tuviese a su disposición, y creo que se va a equivocar en esto, porque no me parece bueno el sistema.

¿Qué tienen que ver la interpelación que S.S. ha tenido por conveniente hacer esta tarde con los señores castellanos, con las cuestiones de la agricultura en Castilla, con la cuestión económica, ni con las demás cuestiones a que S.S. se ha referido?

Todo eso vendrá, vendrá en su tiempo, vendrá pronto, y entonces tendrá S.S. ocasión y oportunidad de lucir sus dotes oratorias, y además, de lucir su sistema de excitación a todos los demás Sres. Senadores, pues no parece sino que S.S. está acostumbrado a dirigir esos teatros de Marionnettes, donde hay uno que maneja desde dentro las operaciones, y se mueven y hablan las figuras a gusto del autor. Está S.S. llamado a desempeñar mejores papeles que ser director de un teatro de Marionnettes. (Risas).

Como he dicho que no quería atribuir a la interpelación de S.S. más importancia de la que tiene por el talento de la persona que la ha explanado, ni dar a mi respuesta más extensión de aquella que exige la cortesía parlamentaria, yo no tengo más que decir, sino que S.S. puede cuando quiera lucir sus dotes especiales para este género de oratoria y para estos artículos humorísticos que, lo repito, me han hecho gracia, y por cuyo arte y gracejo felicito de todas veras a S.S. [1502]



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